Google es sinónimo de “World Wide Web” (WWW) y un omnipresente en Internet que nos facilita la existencia tecnológica. Pero dado su poder, recurre a prácticas poco éticas.
El éxito de ser Dios
Google es omnisapiente por su motor de búsqueda tan eficaz, el cual, desde su creación en septiembre de 1998, supera a todos los navegadores que existen y existieron, como el pionero AltaVista.
Es, como ya dije,
omnipresente en el mundo digital por la cantidad de herramientas/aplicaciones que crea, al menos una por cada necesidad: Gmail para correo electrónico, Docs para las funciones de oficina, Cloud para manejar tus datos remotamente, Maps para una geolocalización precisa, YouTube —un gigante por sí mismo— para el entretenimiento, y hasta Android para aprovechar al máximo nuestros ‘smartphones’.
Todo gracias a la experimentación y la recopilación de datos que constantemente mejoran sus servicios. De hecho, esta es una ventaja importante en la carrera por innovar las IA.

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La “sana” competencia
Que en nuestras conversaciones digamos: “pues googléalo, tienes Internet” no es un acto inocente, ¿o acaso te acuerdas de Firefox cuando quieres hacer una consulta?
Pues la dueña del “zorro de fuego”, Mozilla, acusó hace 4 años a los dirigentes de Google por sabotear de manera sistemática el funcionamiento de su navegador, un ejemplo, cuando ralentizó a YouTube en Firefox para desesperar a los usuarios y redirigirlos a Chrome.
También se le acusa de poner sesgos en los resultados: muestra los sitios que pagaron más sin importar su contenido dañino, invade con noticias que crean paranoia en la población —todas las redes sociales— o, más grave aún, ayudó a los gobiernos de China y Estados Unidos con otras prácticas de control.
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